Lucho Zavaleta
Moralizar la Función Pública.
Es un indelegable e irrenunciable deber de todo ciudadano el de exigir la mayor transparencia en el desarrollo de la función pública

LA QUINTA COLUMNA-SALTA.- El Pueblo de la Nación Argentina siente la impostergable necesidad de reafirmar el ya iniciado proceso de moralización de la función pública, porque sólo así se va a preservar y enriquecer la calidad institucional de nuestro Estado de Derecho.-
No olvidemos que la Función Pública es precisamente lo que su título indica, la obligación de servir de manera eficiente por parte del funcionario a la comunidad que lo invistió de dicha función.
Ser funcionario público, no debe, ni puede ser considerado un privilegio con un cúmulo de prerrogativas inexistentes e inaceptables, todo lo contrario, el funcionario público es el sujeto obligado en la relación existente entre el Estado y los administrados y esto le brinda nobleza a su actividad. No importa si pertenece al ámbito Nacional, Provincial o Municipal, como tampoco si sus funciones se desempeñan en el Poder Ejecutivo, Legislativo o Judicial. –
Por ello, es un indelegable e irrenunciable deber de todo ciudadano el de exigir la mayor transparencia en el desarrollo de la función pública, como también exigir la acreditación del único requisito para acceder a la misma, el cual no es otro conforme la Constitución Nacional, que el de la “idoneidad”.
No es sólo la idoneidad técnica la que habilita al funcionario, si bien esta se traduce en la capacidad para el cumplimiento de las funciones respectivas por parte del mismo, no es menos importante la denominada “idoneidad moral”, que implica no solo la existencia de una conducta ajena a las previsiones del Código Penal, sino también la de ser portador de una forma de vida honesta y decorosa, donde su privacidad sea reducida a la máxima expresión, de ahí que los romanos decían que la mujer del César no spolo debe ser honesta, sino también aparentarlo.-
Así surge que es necesario que todo funcionario público no solo rinda cuentas de su gestión en debida forma y oportuno tiempo, lo que en nuestros días parece una obligación caída en desuso, siendo necesario también que el mismo sea responsable civil, penal, administrativa y políticamente de sus actos como tal, lo que no es nada nuevo en lo formal si tenemos presente que el artículo 5to de nuestra Constitución Provincial así lo prevé.
Tenemos la obligación de bregar por mayor transparencia, para que el turismo y no la función pública, sea la única generadora de ganancias de una actividad sin chimeneas. La función pública es un acto de servicio al prójimo, a la comunidad en su conjunto y no puede constituirse en un conchabo altamente rentado que se convierte en una forma de vida, esto implica la profesionalización de la política, lo que no implica capacidad para el cargo cualquiera sea el mismo, sino eterna continuidad vulnerándose el llamado “cursus honorus” de los romanos.
Hay que recuperar al Estado en el mejor y más amplio de los sentidos, y quienes administran la llamada cosa pública no pueden, ni deben perseguir un inmoral enriquecimiento del Estado, todo lo contrario, si se persigue un fin de lucro no puede haber cabida para tales portadores, para eso está el campo de la actividad privada donde los errores se pagan con el propio patrimonio y no con los impuestos que tributan los conciudadanos.-
Es mi anhelo que los hombres tengan el honor y privilegio de pasar por la Función Pública, deben ser recordados no por sus logros que son circunstanciales, sino por haber sido buenas personas, ello todo lo incluye.-
Salta, 22 de Abril de 2.019